Cultura anticonceptiva quita el poder económico de las mujeres
Kathleen Gilbert
14 de abril de 2010 (Pro-Familia Noticias) — La revolución anticonceptiva ha, contrario a su imagen, quitado las riquezas y el poder de las mujeres y es en realidad “profundamente sexista”, según el análisis de un economista.
En el artículo titulado “Bitter Pill” (píldora amarga) y que aparece en la última edición de la revista First Things, el economista Timothy Reichert afirma que se puede argumentar eficazmente contra la anticoncepción “mediante el lenguaje de la ciencia social, que es el idioma de la cultura dominante”. En lugar de formular el debate como “un argumento de fe y de religión hablando sobre temas que van más allá de la esfera de la una y de la otra,” aquellos que se oponen a la contracepción pueden debatir objetivamente sobre los daños que causa la anticoncepción a la sociedad.
Según Reichert, una importante fuente del problema es que la anticoncepción separa el “mercado” tradicional del matrimonio en dos mercados distintos: un mercado para el matrimonio, y un mercado para el sexo libre, creado gracias a la significativa reducción de los costos del sexo desconectado del embarazo. Pero, aunque esta situación no sea intrínsecamente mala desde una perspectiva económica, sí hay “desequilibrios” en los dos mercados, y entonces “el ‘precio’ del matrimonio o del sexo se inclina a favor del hombre o de la mujer”.
Mientras que en el pasado, dice él, “el mercado del matrimonio era, por definición, integrado por un número igual de hombres y mujeres, no hay garantía de que tan pronto sea separado en dos mercados, los hombres y las mujeres se ajustarán al mercado del sexo y del matrimonio de tal manera que números aproximadamente iguales de cada sexo ocuparán cada mercado”.
En última instancia, Reichert argumenta, las mujeres acaban entrando en el mercado del matrimonio en mayor número que los hombres, debido a su interés natural de criar hijos en un hogar estable. Mientras tanto, el economista observa que los hombres que pueden reproducirse mucho más tarde en la vida que las mujeres y que se ven obligados por la naturaleza a invertir mucho menos en el proceso del embarazo, encuentran mucho menos incentivo para cambiarse de un mercado al otro.
"El resultado es fácil de verse,” afirma Reichert. Aunque las mujeres cuentan con poder de negociación en el mercado sexual como la “mercancía escasa”, escribe, “el panorama es muy diferente una vez que las mismas mujeres hacen el cambio para el mercado matrimonial”: “La relativa escasez de hombres casaderos significa que la competencia entre mujeres por hombres casaderos es más feroz que la competencia que las mujeres de anteriores generaciones enfrentaban. Con el tiempo, esto significa que los ‘acuerdos que ellas cierran’ acaban siendo peores para ellas y mejores para los hombres”.
El matrimonio como una institución, escribe, consecuentemente perdió su carácter contractual de promover el bienestar de las mujeres y sus hijos, convirtiéndose en su lugar, en algo “más frágil similar a un trueque en el mercado de compra-venta al contado”. El resultado es que “los hombres se quedan más y más con las ‘ganancias del negocio’ que el matrimonio crea, y las mujeres se quedan con cada vez menos.”
Reichert enumera algunos efectos secundarios adversos y perjudiciales de esa redistribución, incluyendo las altas tasas de divorcio, un mercado de vivienda impulsado por el marido y la mujer que trabajan fuera, una infidelidad más fácil y una mayor demanda de aborto.
Con respecto al aumento del aborto, Reichert dice que las mujeres que han invertido en una carrera futura, de manera previsible, “necesitarán recurrir al aborto” si la anticoncepción falla.
“El costo actual de un embarazo no deseado no es un matrimonio forzado”, escribe. “En cambio, el costo es la pérdida de enormes inversiones en el capital humano orientado hacia la participación en el mercado de trabajo durante las primeras etapas de la vida de los bebés. Esto aumenta la demanda de abortos (que impiden la pérdida de ese capital humano)”.
El impacto sobre los niños, argumenta él, inevitablemente refleja el impacto en sus madres: “Considerando que el bienestar de las mujeres en gran parte determina el bienestar de los niños, esta redistribución ha sido en parte ‘financiada’ por una pérdida del bienestar de los niños”, escribe el economista. “En otras palabras, cuanto peor sea la situación de las mujeres, peor será la situación de los hijos mantenidos por ellas. Concluyendo, las mujeres y los niños son los grandes perdedores en la sociedad anticonceptiva”.
Reichert concluye que la redistribución del bienestar efectuado por la anticoncepción es “profunda — y alarmante”.
“Las sociedades se estructuran alrededor de muchos objetivos, pero uno de sus principales razones de ser es la de proteger a los débiles”, escribe él. “Esto significa los adultos mayores, el embarazo y las mujeres que crían hijos. La anticoncepción socava esta obligación fundamental, y al hacerlo, socava la legitimidad del contrato social”.
“Cuando la estructura social de una sociedad es orientada a transferir el bienestar de los débiles para los fuertes, y no al revés, no podrá sobrevivir a largo plazo”.
Traducido de portugués para español por Maria Valarini
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